El Santo Rosario

Acerca del Rezo del Santo Rosario

Es verdad que, para algunas almas no acostumbradas a elevarse por encima del homenaje puramente oral, el Rosario puede ser recitado como una monótona sucesión de las tres oraciones: el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria, dispuestas en el orden tradicional de quince decenas. Esto, sin duda, ya es algo. Pero —debemos también repetirlo— es tan sólo preparación o resonancia exterior de una plegaria confiada, mas no vibrante elevación del espíritu en coloquio con el Señor, buscado en la sublimidad y ternura de sus misterios de amor misericordioso por la humanidad toda entera.

La verdadera substancia del Rosario bien meditado está constituida por un triple elemento, que da a la expresión vocal unidad y reflexión, descubriendo en vivaz sucesión los episodios que asocian la vida de Jesús y de María, con referencia a las varias condiciones de las almas orantes y a las aspiraciones de la Iglesia universal.

Para cada decena de Avemarías he aquí un cuadro, y para cada cuadro un triple acento, que es al mismo tiempo: contemplación mística, reflexión íntima e intención piadosa.

Contemplación mística

Ante todo, contemplación pura, luminosa, rápida, de cada misterio, es decir, de aquellas verdades de la fe que nos hablan de la misión redentora de Jesús. Contemplando, nos encontramos en una comunicación íntima de pensamiento y de sentimiento con la doctrina y con la vida de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, venido a la tierra para redimir, instruir y santificar: —en el silencio de la vida oculta, hecha de plegaria y de trabajo; —en los dolores de su santa Pasión; —en el triunfo de la resurrección, como en la gloria de los cielos donde está sentado a la diestra del Padre, asistiendo y vivificando siempre con el Espíritu Santo la Iglesia fundada por El, que progresa en su camino a través de los siglos.

Reflexión íntima

El segundo elemento es la reflexión, que desde la plenitud de los misterios de Cristo se difunde con viva luz sobre el espíritu del orante. Cada uno advierte, misterio por misterio, la oportuna y buena enseñanza para sí, en orden a la propia santificación y a las condiciones en que vive; y bajo la continua iluminación del Espíritu Santo, que desde lo profundo del alma en gracia “pide por nosotros con gemidos inenarrables” (Rom 8, 26); cada uno compara su vida con el calor de la enseñanza que brota de esos mismos misterios, y encuentra sus inagotables aplicaciones tanto a las propias necesidades espirituales como a las necesidades de su vivir cotidiano.

Intención piadosa

En último término está la intención, es decir, la indicación de personas, instituciones o necesidades de orden personal y social, que para un católico verdaderamente activo y piadoso entran en el ejercicio de la caridad hacia los hermanos, caridad que se difunde en los corazones como expresión viviente de la común pertenencia al cuerpo místico de Cristo.

Así es como el Rosario se convierte en súplica universal de cada una de las almas particulares y de la inmensa comunidad de los redimidos, que desde todos los puntos de la tierra se encuentran en una misma plegaria: ya sea en la invocación personal, para implorar gracias por necesidades individuales de cada uno, ya sea en la participación en el coro inmenso y unánime de toda la Iglesia por los grandes intereses de la humanidad entera. La Iglesia, como el Redentor Divino la quiere, vive entre las asperezas, las adversidades y las tempestades de un desorden social que frecuentemente se convierte en amenaza pavorosa; pero sus miradas están fijas y las energías de la naturaleza y de la gracia tienden siempre hacia el supremo destino de los fines eternales.

Recitación labial y privada

Esto es el Rosario mariano, observado en sus varios elementos, conjuntamente reunidos en alas de la plegaria vocal y a ella entrelazados como un bordado fino y substancioso, pero lleno de calor y de atractivo espiritual.

Las oraciones vocales adquieren, por lo tanto, también ellas, su pleno sentido: ante todo, la oración dominical que da al Rosario tono, substancia y vida, y, al venir después del anuncio de cada uno de los misterios, señala el paso de una a otra decena; después, la salutación angélica, que lleva en sí ecos de la alegría del cielo y de la tierra en torno a los varios cuadros de la vida de Jesús y de María; y, finalmente, el trisagio, repetido en adoración profunda a la Santísima Trinidad.

¡Qué bello es siempre el Rosario del niño inocente y del enfermo; de la virgen consagrada al retiro del claustro o al apostolado de la caridad, siempre en la humildad y en el sacrificio; del hombre y de la mujer, padre y madre de familia, alimentados por alto sentido de responsabilidad noble y cristiana; de las modestas familias fieles a la antigua tradición doméstica; de las almas recogidas en silencio y abstraídas de la vida del mundo al que han renunciado, aunque debiendo siempre vivir con el mundo, pero como anacoretas, entre las incertidumbres y las tentaciones!

Este es el Rosario de las almas piadosas, que mantienen viva la preocupación de la propia singularidad de vida y de ambiente.

Plegaria social y solemne

Respetando esta antigua, acostumbrada y conmovedora forma de devoción mariana, según las circunstancias personales de cada uno, nos está permitido, además, añadir que las transformaciones modernas sobrevenidas en cada sector de la convivencia humana, los inventos científicos, el mismo perfeccionamiento de la organización laboral, conduciendo al hombre a medir con mayor amplitud de mirada y penetración para comprender la fisonomía del mundo actual, vienen creando nuevas sensibilidades también acerca de las funciones y las formas de la plegaria cristiana. Hoy cada alma que ora ya no se siente sola y ocupada exclusivamente en los propios intereses de orden espiritual y temporal, sino que advierte, más y mejor que en el pasado, que pertenece a todo un cuerpo social, cuya responsabilidad participa, gozando sus ventajas y temiendo sus incertidumbres y peligros. Este, por lo demás, es el carácter de la oración litúrgica del Misal y del Breviario: cada una de sus partes, sellada por el «Oremus», que supone pluralidad y multitud tanto de quien ora cuanto de quien espera ser escuchado y por quien la plegaria se realiza. Es la multitud que ora en unidad de súplica por toda la fraternidad humana, religiosa y civil.

El Rosario de María, pues, viene elevado a la condición de una gran plegaria pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero.

Ha habido épocas difíciles, demasiado difíciles en la historia de los pueblos, por la sucesión de acontecimientos que sellaron con lágrimas y sangre los cambios de los Estados más potentes de Europa.

Es bien conocida de quienes siguen, desde el punto de vista histórico, los acontecimientos de las transformaciones políticas, la influencia ejercitada por la piedad mariana como preservación de amenazas desventuradas, como reanudación de prosperidad y de orden social, como testimonio de las espirituales victorias obtenidas.

Monumento histórico de piedad y arte en Venecia

Acordándonos siempre de nuestra querida ciudad de Venecia, que durante seis años nos ofreció tan caras ocasiones de buen ministerio pastoral, Nos place señalar, cual motivo de viva complacencia que conmueve nuestro corazón, la restauración ya terminada de la suntuosa capilla del Rosario, ornato preclarísimo de la basílica de San Juan y San Pablo, de los padres dominicos de allí.

Es un monumento que brilla, con mucho honor, entre los muchos que en Venecia afirman a través de los siglos las victorias de la fe, y corresponde precisamente a aquellos años que siguieron al Concilio Tridentino, sellando —del 1563 al 1565— el característico fervor difundido por toda la cristiandad, en honor del Rosario de María, desde entonces invocada en la letanía bajo el título de Auxilium christianorum.

Fuente: vatican.va

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